En más de una oportunidad me he encontrando sosteniendo una conversación con Martha. Una amiga que pocos conocen. Una cuita que se habla en susurros. Como si desde alguna escondida inmensidad mi ser se expandiera, adquiriese equilibrio y pasara a formar parte de una conciencia inteligente capaz de ser creativa, sensible, y la cual se expresa desde esos espacios.
Allí nos encontramos, dialogamos.
Es una sabiduría que ni ella ni yo conocemos, pero que pregona su carácter ancestral. Un conocimiento que se aleja de los dogmas limitantes, y que ensarta por igual una celebración mundana o un período de recogimiento, si se quiere, algo místico. Saturada de una insondable cantidad de figuras que no necesitan de espejo para reconocerse iguales.
Es la capacidad de concentrarse en la manera como emergen las ilusiones. Se van conformando de pequeños trozos de espejismos, custodios del mañana y entonces el deseo adormecido despierta.
Crea. Se da permiso.
Caracteriza la magia del olvido que varía en intensidad dándole a la razón la habilidad de implantarse a si misma.
Es un lugar donde compartimos y, a la vez, lo hacemos con otros integrantes del mismo grupo de seres cuyas razon principal de vida es comunicarse. Es una de las formas de estar alerta, por que allí reside la divinidad.
Entonces descubrí que la más importante relación que tenemos es con el ser. Con quien nos habla quedo pero firme, nos muestra el camino que a veces nos parece árido porque no vemos las flores que lo enmarcan. ¡Son tan pequeñas y aparentan tan poco…! Es quien nos señala la leyenda de su vida, nos muestra como se creo un mito que en el tiempo se va fortaleciendo, quien abre la ventana para que el aroma de mandarinas penetre y nos habla con la antigüedad de viejas armonías.
Y sí que conversamos las dos. Desde un inexplorado lugar del siempre, encuentro que hace mucho que fue así que nos hicimos amigas.
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