Este mes de Agosto, en pocos días, cumpliré veinte años
de servicio en lo que hago: guiar y enseñar. Con inmensa satisfacción veo hacia
atrás el tiempo transcurrido y las maravillosas personas que confiaron en esas
enseñanzas, por lo que les doy pleno reconocimiento. Por otro lado observo que otros han aprendido a entrar en
contradicciones, sin comprenderse desde el
corazón. Y noto con tristeza que, sin
pensarlo mucho, quedan enclaustrados en
su área de confort perdiendo el alerta y manteniéndose sin ver -como dice El
Principito, “más allá de lo evidente”. Simplemente
atenidos a lo que creen más seguro o de moda. Suele ocurrir cuando los miedos
protagonizan la vida y si bien lo niegan aparentando una seguridad inexistente,
los miedos se muestran en todo su esplendor cuando algo los detona. Y a veces el detonante es saberse con una responsabilidad planetaria que no desean asumir y otras a no querer adjudicarse su compromiso karmico.
Hay una negación a la expansión de conciencia, a la búsqueda de la
perfección. Un fácil anclamiento en
personales paradigmas, en creencias limitantes y excusas para sus argumentos.
Comentando
mi tristeza con mi gran amigo Gustavo Fernández dice “el camino del monje es solitario, y debemos sacar fuerzas
de la propia tarea diaria que aceptamos” y así es. Siempre tiene una palabra
sabia.
Los
invito a profundizar, a buscar dentro de sí mismos, a escapar de la ignorancia
y cuestionarse si están apegados a un justo proceder. La grandeza precisamente
se logra cuando nos reconocemos, sin temor a sabernos extraordinarios seres de
luz, ocupando un sencillo espacio en este planeta llamado Tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario