Todo cuanto vive, sea una
bacteria, un planeta, árbol o el hombre, está envuelto de un cuerpo altamente
luminoso que por su misma característica conoceremos como cuerpo de luz. Si, es
un elemento que no conocíamos y que podría confundirse con el aura, siendo
ambos de notable diferencia. La primera se encuentra muy separada del cuerpo
físico y la segunda pegadita de la piel.
La primera encapsula
el cuerpo físico y le transmite información, pero fundamentalmente lo protege de
aquello que puede dañarlo. Es un campo de luz de muy alta frecuencia con conexiones
lumínicas que forman una red conectada a todo el cuerpo físico, allí se
encuentran poderosos vórtices de energía que lo regulan y mantienen en
equilibrio y mantienen la funcionalidad biológica. Precisamente en ese cuerpo de luz, es donde se encuentran
los meridianos de los que tanto hemos escuchado hablar, posee un intercambio
permanente de luz y conocimiento que podríamos comparar con el disco duro de
nuestra computadora, es algo así como un archivo estelar viviente.
Es parte del universo, es el patrón creador del cuerpo humano, pero al
mismo tiempo y de una u otra forma, su extensión nos interconecta. De allí el
precepto de los místicos teóricos de que todos somos uno.
Pero ¿de qué está formado? Ni más ni menos que de innumerables átomos de
luz, corpúsculos a los que llamaremos códigos, partículas de luz inteligente y
coherente. Hemos escuchado frecuentemente decir “todo el conocimiento está
dentro de ti”, pues no exactamente, pero si muy parecido. Pues esos códigos tienen capacidad creadora, contienen un gran
banco de información infinita que el hombre acumula en su ser, y que poco a
poco, se van abriendo para expresar el conocimiento que contiene, que por cierto no es todo. Por eso regresamos para completar las asignaturas pendientes, que son muchas.
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