Desde que hace unos cincuenta y tantos años (1962) cuando John Glenn se convirtió en
el primer norteamericano viajando por el espacio, los astronautas, han tenido
la oportunidad de convertirse en el testimonio viviente de la hermosura del
habitat, que hoy en día, es nuestro.
Hay una innumerable cantidad de fotografías aéreas
de este planeta, se caracterizan por su extraordinaria belleza, y son las que
nos hacen reflexionar y, por que no decirlo, desear tener la misma oportunidad
de ser viajeros espaciales y detectar nuestra personal visión cósmica.
Me he preguntado: ¿cómo sería, encontrarme en una de
esas cápsulas volantes y desde allí
asomarme a una escotilla para contemplar la Tierra en su magnífico
esplendor? Quedar boquiabiertos, es tan
sólo una vaga expresión de cómo reaccionaria ante la imponéncia de la vista.
Pero
así mismo, cómo se ve la belleza de lo que representa nuestra actual casa de
habitación, tampoco, desde la escotilla antes citada, podrían ocultarse las
innumerables fechorías que el ser humano ha cometido contra el planeta. Me
crea inquietud sobre la mayor frecuencia
y la violencia ―cada vez más notoria― de lo que conocemos como desastres
naturales.
Se observa por ejemplo, la contaminación de las aguas residuales que
vierten su contenido al mar, la erosión del suelo, con pérdida de las zonas fértiles, los fuegos
causados por restos de las cosechas, convirtiendo así en crueldad lo que antes
calificábamos de salvaje belleza. Y todo esto, con nuestras propias manos.
Vivimos
en un lugar tan hermoso como frágil, altamente vulnerable a nuestras acciones : anteponer estas dos perspectivas,
debería hacernos temblar. La ciencia, la
tecnología y la falta de conciencia, colocadas en manos irresponsables,
masacran el planeta. Hace apenas ochocientos años (800) años, los
campesinos vikingos de Groenlandia cultivaban trigo para comer, pocos siglos
más tarde, ellos mismos no pudieron escapar a la terrible ola de frío que
invadió la región. Retrocediendo aún más atrás, cinco millones de años antes,
estas tierras estaban cubiertas de extensos bosques y Groenlandia disfrutaba de
una temperatura tropical. Estos episodios podrían volver a suceder: los
procesos internos del planeta se
justifican por la acción del sol, el océano o las montañas. Un errado manejo de
nuestro ego, nos aleja del recuerdo de la permanente depredación que tan sólo depende de nosotros, los seres humanos.
A este respecto, una de las investigaciones más impresionantes,
proviene del conocido Instituto Max Planck.
De acuerdo con sus vanguardistas declaraciones, no
solo nuestras manos son las causantes del grave deterioro planetario, nuestros
pensamientos, aunados a la palabra son propulsores de una enorme y
destructiva masa energética, que
despedaza cuanto encuentra a su paso. Así mismo, los científicos del citado
instituto, argumentan que esa materia tiene tal poder, que contribuye al fraccionamiento
de los glaciares. Sus trozos flotan
lejos de la ciudad de cristal, de donde son originarios, llevándose así el contenido ecológico hacia
territorios no aptos para su supervivencia. Se modifican entonces vastas zonas
planetarias convirtiéndolas en erosionados espacios, lo mismo ocurre con la
estructura de las capas tectónicas, motorizan la virulencia volcánica, por
hablar de lo más sencillo.
Su agresor solo tiene dos vías a tomar: o establecer
una conciencia planetaria estimulando
transformaciones a todo lo largo y ancho del globo, o se somete a las
consecuencias de lo que ha sido su
errónea conducta.
¿Qué tal si comenzamos ya a concientizar la
necesidad de cuidar nuestra casa de habitación?
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