viernes, 10 de agosto de 2012

A VEINTE AÑOS DEL PRINCIPIO

Proponerme a escribir estas reflexiones me ha tomado algunas semanas. Pretender que todo lector me entenderá, es una ilusión, sin embargo es mi deseo. Tengo claro que por otros seré mal comprendida, pero lo importante es que, al menos, estas líneas serán leídas y quizá generar un pensamiento renovador.

Este mes de Agosto, en pocos días, cumpliré veinte años de servicio en lo que hago: guiar y enseñar. Con inmensa satisfacción veo hacia atrás el tiempo transcurrido y las maravillosas personas que confiaron en esas enseñanzas, por lo que les doy pleno reconocimiento. Por otro lado observo que otros han aprendido a entrar en contradicciones, sin comprenderse  desde el corazón.  Y noto con tristeza que, sin pensarlo mucho, quedan  enclaustrados en su área de confort perdiendo el alerta y manteniéndose sin ver -como dice El Principito, “más allá de lo evidente”.  Simplemente atenidos a lo que creen más seguro o de moda. Suele ocurrir cuando los miedos protagonizan la vida y si bien lo niegan aparentando una seguridad inexistente, los miedos se muestran en todo su esplendor cuando algo los detona. Y a veces el detonante es saberse con una responsabilidad planetaria que no desean asumir y otras a no querer adjudicarse su compromiso karmico.
Hay una negación a la expansión de conciencia, a la búsqueda de la perfección. Un fácil anclamiento en personales paradigmas, en creencias limitantes y excusas para sus argumentos.
Comentando mi tristeza con mi gran amigo Gustavo Fernández dice “el camino del monje es solitario, y debemos sacar fuerzas de la propia tarea diaria que aceptamos” y así es. Siempre tiene una palabra sabia.

Los invito a profundizar, a buscar dentro de sí mismos, a escapar de la ignorancia y cuestionarse si están apegados a un justo proceder. La grandeza precisamente se logra cuando nos reconocemos, sin temor a sabernos extraordinarios seres de luz, ocupando un sencillo espacio en este planeta llamado Tierra.

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