Aunque
forma parte indefectible de la vida, la muerte es un
tema poco grato que no se suele mencionar, al que se teme y sobre el que
los esotéricos mencionan como “pasar de plano”. Me refiero al vuelo del águila,
porque con ella ilustro la semejanza
entre majestad del hombre y esta ave, reina de las alturas, capaz de lograr cuanto desea. Pájaro
de poder y valentía, que nos enseña a volar en los altos
dominios del Gran Espíritu.
Es un temor actual pues en la muy remota antigüedad, las
personas se preparaban para ella y de lo que hay numerosos textos. Uno de ellos
es el muy conocido “Libro de las Puertas” que se
supone fue escrito entre los años 1550 y 1070 a.C. también conocido como "El Libro de los Muertos" de los egipcios.
En una poética y fascinante narrativa, este sagrado tratado
nos narra el transitar, el camino hacia el más allá. El alma del ser que fallece no recorre solo
ese espacio, va a
la sala de los juicios acompañado del dios Osiris, es decir, va a un punto donde evaluará la vida que
acaba de dejar y con una balanza, para saber si había tenido una vida de buenas
acciones, el dios compara el peso del
corazón con el de una pluma, que simboliza la verdad, el orden establecido.

Relata que en
el viaje que debe hacer el alma cuando se desprende del cuerpo, debe atravesar
doce puertas. Cada una de ellas está custodiada por un ser divino que se
diferencian entre sí por el color de su vestimenta. Vale recordar que cada
color tiene diferentes frecuencias, indicando ―sin la menor duda que―,
metafóricamente, nos están indicando que seres de diferentes frecuencias son
los custodios al paso por las diferentes puertas, mientras van en ascenso hacia
espacios superiores.
Cada una de las puertas se relaciona con una hora del
mundo físico, mientras el astro rey va
cambiando su posición durante las doce horas de la noche y el alma va pasando
por una puerta diferente. Finalizado ese
tránsito, el alma del ser regresará como lo hace el sol al amanecer.

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